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Tres ciudades de altísimo nivel luchan por la Olimpiada 2020
Recientemente el mundo del deporte olímpico celebró uno de sus hitos más importantes: la votación del Comité Olímpico Internacional para la elección de la siguiente sede olímpica. En este caso, la del año 2020.
Estas reuniones y posterior votación han pasado de ser un acto social reconocible solamente por entendidos y vivido exclusivamente por los componentes de tan selecto club de los miembros del COI, a ser un acto de cobertura mundial en el que todas las televisiones del mundo –y, en consecuencia, la inmensa mayoría de los hogares del planeta- aceptan el papel de testigos de cuanto allí sucede.
En esta ocasión, los protagonistas eran tres ciudades de gran peso específico, reconocidas entre las más importantes y turísticas del mundo: Estambul, Madrid y Tokio.
Los méritos de esta terna ya fueron suficientemente expuestos y valorados tanto por los técnicos especialistas como por el COI, y poco o nada podemos añadir a tan sesudos informes.
He tenido la oportunidad de conocer las tres ciudades, tanto en viajes de trabajo como también de ocio.
Madrid, la primera eliminada de las votaciones, tiene una sólida experiencia como ciudad de acogida de turismo y como centro de trabajo. Es, en cierta forma, ciudad portaviones de todo el mundo hispanoparlante en Europa y tiene una oferta cultural y de ocio realmente poderosa.
Estambul es también ciudad de contrastes y embajadora privilegiada de dos mundos que confluyen físicamente en ella: Occidente y Oriente. De los dos tiene su buena dosis y seguramente será ese mestizaje lo que la hace más atractiva y estética. Su gente es acogedora y amable y nadie con un mínimo de sensibilidad puede caminar indiferente por una de las ciudades más bellas del mundo.
Tokio, la elegida, es un mundo en sí misma. Tiene todo aquello que impresiona, tanto en estadísticas, en urbanismo, como en calidad de servicios y comunicaciones. Pero su mayor activo en su gente, sus ciudadanos.
Su gente es respetuosa y acogedora, sus edificios e instalaciones sobrecogen por su modernidad y funcionalidad y, aunque vengas de la otra esquina del mundo, te sientes abrigado por la manera con la que los tokiotas te tratan.
Sin duda, en pocas ocasiones el COI habrá tenido que decidir entre tres ciudades tan representativas y de tanto peso mundial.
Me alegro mucho por Tokio. Sufro, como español, por sentir esa decepción que sienten los que luchan para la única medalla que en esta elección sirve, que es la de oro –ser elegidas como sede olímpica-, y se quedan finalmente con el bronce –ser eliminadas a la primera de cambio-. Me siento solidario con Estambul porque se quedaron en la puerta, como esa ciudad y ese país en muchas ocasiones se queda, quizá pagando muy injustamente ese valor de frontera que para algunos es un defecto y para mí una gran virtud.
Ahora solamente queda prepararse para vivir la alegría eterna de una ciudad como Río de Janeiro en 2016, y augurar el mejor de los éxitos también a Tokio 2020.
En un mundo tan convulso como el que nos toca vivir, el olimpismo es, sin duda, oxígeno puro para nuestras emociones como deportistas.
Gerónimo Suárez
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